Jet Set: ecos de una noche rota


Santo Domingo. – La ciudad, como cada noche, respiraba música. En Jet Set, una discoteca que por años fue símbolo de fiesta y elegancia, las luces bailaban sobre cuerpos despreocupados y el ritmo era rey.
Pero la noche que prometía risas, abrazos y pasos de baile, terminó quebrándose en un eco trágico. Gritos. Humo. Escombros. Y silencio. Un silencio que, aún hoy, retumba en el alma de quienes lograron salir.
Marisol Chalas no olvida. “Sobreviví porque estaba descubierta de la cintura para arriba”, dice, todavía con un hilo de incredulidad en la voz. Su esposo, atrapado bajo una pared, fue rescatado por las autoridades.
Aquel rincón de la discoteca se convirtió en un túnel entre la vida y la muerte. “Eso fue una pesadilla”, confiesa, y sus ojos se nublan con recuerdos que nunca pidió tener.
Lady Álvarez, periodista de espectáculos, tampoco pensaba que la invitación de un amigo sería la llave a una noche que partiría su historia en dos.
“Me comprometí porque él me había comprado la boleta”, cuenta.
Apenas caminaban hacia las primeras filas cuando el techo comenzó a ceder. Una grieta, un crujido, y luego, caos. La explosión los lanzó hacia la salida, pero no sin dejar marcas: cadera, piernas y espalda heridas, y una mente atrapada en el momento donde todo cambió.
Hay heridas que no se ven. Y hay milagros que llegan en formas impensadas. Jenire Mena, diseñadora venezolana, celebraba su cumpleaños. En un instante, la celebración fue sepulcro.
“Quedé sepultada. Me apoyé en un cadáver para poder respirar y vivir”, cuenta, con la voz rota. Solo una amiga sobrevivió con ella. Las otras voces de la fiesta se apagaron bajo los escombros.
Germán Peña y su hermana también vivieron su propio infierno. “Duré cuatro horas bajo los escombros”, recuerda. Solo podía mover la cabeza, pero se aferró a la fe y a la vida. En medio del horror, apareció un desconocido, don Freddy, su ángel. A veces, en la oscuridad más densa, una mano amiga se convierte en la luz.
Y Soribel Acosta, de 48 años, guarda en el pecho los gritos que no pudo callar. “Escuchaba a personas pedir ayuda y no podía hacer nada”, dice. La impotencia también es una forma de herida.
Hoy, cada sobreviviente carga con una historia que intenta contar sin romperse. Caminan entre nosotros con cicatrices invisibles, tratando de entender por qué la vida eligió que siguieran, mientras otros quedaron en el polvo.
Jet Set ya no es solo una discoteca. Es una memoria colectiva hecha trizas. Es un duelo sin final, una melodía inconclusa. La música cesó, los aplausos callaron. Pero el eco… el eco sigue ahí, como un susurro en las noches más silenciosas, preguntando: ¿cómo se sigue viviendo cuando la vida cambia en un segundo?